miércoles, 4 de septiembre de 2013

Puerta abierta


 Un pájaro llama a mi puerta
Con un canto
Cuando se hace silencio
Estoy sola
Y no sé qué hacer
Si abrirle o no.

Roberta Iannamico



Claro que terminé abriendo la puerta y dejándolo entrar. Cómo no hacerlo si el suyo era un canto bello, suave, dulce y claro;  también necesario, porque es verdad que yo por aquellos días me sentía sola, muy sola.
En ese silencio sepulcral de mi casa, lo único que oía eran gorjeos del pájaro: trinos de tarde y cantos de día. Debo confesar que algunas noches de insomnio, al mirar por la ventana, el panorama era tan triste y desolado como mi corazón. La soledad hace eso, creo. A mi me lo hizo. Entristecerme y abrirle a ese pájaro la puerta de mi casa.
Tal vez me sentí apenada por él, en esa tormenta en que lo  imaginé tras la puerta, con sus plumas mojadas y congelado de viento y de frío.
Hoy lo miro y le canto. Ya aprendí a imitar sus trinos. A veces veo en sus ojos la necesidad de pedirme  que le abra la puerta. No puedo hacerlo. Alegra mis días. Me acompaña. Ya no me siento más sola.
Me pregunto a dónde iría y cómo podría sobrevivir “afuera” si yo le corté sus alas.



Virginia-



(Me pregunto porqué  abriste mi  jaula.
A menudo siento, que prefiero ser canario)



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