Un pájaro llama a mi puerta
Con un canto
Cuando se hace silencio
Estoy sola
Y no sé qué hacer
Si abrirle o no.
Roberta Iannamico
Claro que terminé abriendo la puerta y dejándolo entrar. Cómo no hacerlo si el suyo era un canto bello, suave, dulce y claro; también necesario, porque es verdad que yo por aquellos días me sentía sola, muy sola.
En ese silencio sepulcral de mi casa, lo único que oía eran gorjeos del pájaro: trinos de tarde y cantos de día. Debo confesar que algunas noches de insomnio, al mirar por la ventana, el panorama era tan triste y desolado como mi corazón. La soledad hace eso, creo. A mi me lo hizo. Entristecerme y abrirle a ese pájaro la puerta de mi casa.
Tal vez me sentí apenada por él, en esa tormenta en que lo imaginé tras la puerta, con sus plumas mojadas y congelado de viento y de frío.
Hoy lo miro y le canto. Ya aprendí a imitar sus trinos. A veces veo en sus ojos la necesidad de pedirme que le abra la puerta. No puedo hacerlo. Alegra mis días. Me acompaña. Ya no me siento más sola.
Me pregunto a dónde iría y cómo podría sobrevivir “afuera” si yo le corté sus alas.
Virginia-
(Me pregunto porqué abriste mi jaula.
A menudo
siento, que prefiero ser canario)
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