Y al principio fueron días que juntaron semanas y sumaron meses. Llegar a 100 días nos pareció increíble. Cien días fueron suficientes para saber del encierro y de los cuidados, de los temores y los miedos no esperados. Ver cómo tan pronto pasa la salud a ser enfermedad y el pánico de enfermar y ser mortal. Pasan las horas con preguntas sin respuestas y ánimos en todos sus estados. Cien días de besos y abrazos ausentes, caras desdibujadas y afectos congelados. Cumpleaños solitarios para festejar, ausencia de lo conocido y lo habitual. Cien días con otros relojes midiendo el tiempo. Nuestro tiempo. Cien días en que salen panes del horno y el cocinar nos llena el alma. La virtualidad abrumadora envuelve los hogares. Aquí desde la urbanidad donde todo es más peligroso, ahora, me quedo en casa.
Espero, mirando por la ventana la llegada de la primavera.
El encierro la mece en su silla. Juega a estar a punto de caer.
Con ojos aburridos mira otra vez los cuadros de la casa.
Le silbo, desde afuera. Se dirige a la puerta. No puede abrir.
El picaporte azul es una pintura de otra pintura que ella misma pintó.